https://images.pexels.com/photos/1633578/pexels-photo-1633578.jpeg?cs=srgb&dl=pexels-rajesh-tp-1633578.jpg&fm=jpg Un día, un hombre honrado y trabajador se propuso dejar el empleo que tenía en una fábrica para abrir su propio negocio. Su entusiasmo era tal que no le quedaba tiempo para leer el periódico, ver televisión o reunirse con sus amigos en la cantina para hablar de cómo estaba el mundo. En cuanto salía de la fábrica dedicaba todo su tiempo y todas sus energías al negocio que estaba por abrir. Visitó a proveedores, hizo todo el papeleo legal necesario, alquiló un pequeño local que se encontraba a un lado de una carretera bastante transitada, equipó la cocina, entrevistó a sus futuros empleados e hizo una larga lista de cosas hasta que finalmente, unos meses después, pudo abrir su negocio de venta hamburguesas y así renunciar a su antiguo empleo. El negocio floreció rápidamente ya que allí se vendías las mejores hamburguesas con papas fritas de toda la zona. Al principio ...
En
el verano de 1937, John Griffith, encargado de un puente elevadizo que cruzaba
el río Mississipi, llegó consigo a su hijito de 8 años a su trabajo. Al
mediodía, John levantó el puente para dejar pasar a varios vaporcitos mientras él y su niño
almorzaban en la plataforma de observación. A la 1:07 p.m. escuchó el silbido
distante de un tren expreso. Enseguida se dirigió al nivel maestro para bajar
el puente, y cuando miró alrededor buscando al
niño, lo que vio le heló la sangre en el cuerpo. El muchachito había
resbalado y se había caído en el engranaje masivo que operaba el puente. Tenía
la piernecita izquierda pillada entre los dientes de los dos engranajes
principales.
A
la velocidad del rayo la mente de John trató de encontrar solución. Solo había
dos: Sacrificar a su hijo y salvar la vida de 400 pasajeros o sacrificar la
vida de 400 pasajeros y salvar la vida de su hijo. John sabía cuál alternativa tendría
que tomar. Enterrando la cara en su brazo izquierdo, movió el interruptor
maestro con la mano derecha. El puente se bajó hasta su nivel y el tren cruzó
velozmente con seguridad, pero su hijito perdió la vida.
Cuando se trató
de la raza humana, Dios afrontó la misma terrible alternativa: o
sacrificaba a su Hijo y salvaba a la raza humana o sacrificaba la raza humana y
salvaba a su Hijo. Dios eligió sacrificar a
su Hijo. Mansell Ernest, Donald. Constante como el amanecer. México: Litografía Magnograf , 1993. Pág. 86.
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