Un modesto labrador chino
vivía en la cumbre de una colina. Y cierto día advirtió como un maremoto hizo retirar
de la playa cercana las aguas del mar. Enseguida comprendió que eso provocaría
el regreso de olas enormes, las cuales inundarían los valles más bajos.
Los habitantes de esos valles
estaban ajenos del peligro que corrían. ¿Cómo podría darles el aviso para que
escaparan? Por fin el agricultor prendió fuego, resueltamente, al galpón donde guardaba el
arroz. Mientras las llamas consumían el granero, el hombre hizo sonar el gong que
se utilizaba para los casos de incendio. Cuando los vecinos vieron el humo en lo
alto de la colina y escucharon el llamado de auxilio, todos corrieron para prestar
ayuda. Y pocos minutos más tarde, desde esa elevada
posición, vieron cómo las olas
cubrían los campos que acababan de abandonar. Años después, cuando falleció
el valiente labrador, los habitantes de la comarca levantaron un monumento en su
honor y sobre él escribieron: “Nos dio todo lo que tenía, y lo hizo alegremente”.
Enrique Chaij. Todavía existe
esperanza. Pág. 88
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