https://images.pexels.com/photos/1633578/pexels-photo-1633578.jpeg?cs=srgb&dl=pexels-rajesh-tp-1633578.jpg&fm=jpg Un día, un hombre honrado y trabajador se propuso dejar el empleo que tenía en una fábrica para abrir su propio negocio. Su entusiasmo era tal que no le quedaba tiempo para leer el periódico, ver televisión o reunirse con sus amigos en la cantina para hablar de cómo estaba el mundo. En cuanto salía de la fábrica dedicaba todo su tiempo y todas sus energías al negocio que estaba por abrir. Visitó a proveedores, hizo todo el papeleo legal necesario, alquiló un pequeño local que se encontraba a un lado de una carretera bastante transitada, equipó la cocina, entrevistó a sus futuros empleados e hizo una larga lista de cosas hasta que finalmente, unos meses después, pudo abrir su negocio de venta hamburguesas y así renunciar a su antiguo empleo. El negocio floreció rápidamente ya que allí se vendías las mejores hamburguesas con papas fritas de toda la zona. Al principio ...
Fue una de las más grandes ceremonias del antiguo imperio soviético que se celebró en la Plaza Roja. El funeral del líder soviético Leonid Brezhnev. La banda de bronce estaba allí. Todo fue planificado para dar la impresión de la gloria y el esplendor del emperador. Todo fue coreografiado hasta el último detalle. Columna tras columna de soldados rusos. Oleada tras oleada de sofisticados equipos militares. Dignatarios de todo el mundo. La banda militar tocó. Todo estuvo de acuerdo al libreto, excepto una cosa: Mientras la cámara se aproximaba a la viuda de Leonid Brezhnev, quien permanecía en pie al lado del ataúd del líder soviético, disimuladamente hizo el signo de la cruz. Ella hizo el signo de la cruz. El mundo comunista quedó estupefacto. Hizo el signo de la cruz en un momento de quebrantamiento, en un momento de necesidad –ella necesitaba la cruz. Aún hay Esperanza. pág. 20
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