EI pianista polaco Arthur Rubinstein (1887-1982), además de ser un intérprete genial, hablaba con gran prontitud. No en vano dominaba varios idiomas. En una ocasión, sufrió un ataque agudo de ronquera que provocó rumores de cáncer u otra enfermedad fatal. Temeroso, Rubinstein acudió a su especialista para que lo examinara. Durante la visita, Rubinstein observó con atención el rostro del médico, pero este no reflejaba sentimiento alguno. Simplemente le indicó que regresara al día siguiente. El virtuoso, sumido en el temor a perder la vida, no durmió aquella noche, La escena se repitió en su segunda visita. El facultativo seguía observando y reflexionando en silencio. Finalmente, el músico irrumpió:
-Doctor, dígame lo que sucede. No me importa saber la verdad. Mi vida ha estado llena de satisfacciones y éxito. ¡Estoy preparado para lo peor! Por favor, dígame, ¿qué tengo?
Luego de una breve pausa, el galeno respondió:
-Habla usted demasiado!. La Biblia nos advierte en varios lugares de lo peligroso de hablar demasiado, pero no por riesgo de ronquera, sino por el daño que las palabras imprudentes pueden causar a otras personas y los problemas que a veces nos acarrean a nosotros mismos.
Julián Melgoza y Laura Fidanza. Un Corazón alegre. 2019, pág. 50
"Mis amados hermanos, quiero que entiendan lo siguiente: todos ustedes deben ser rápidos para escuchar, lentos para hablar y lentos para enojarse" (Santiago 1:19).
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