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¡Conquistador de la muerte!

Antes que Carlomagno, ese hombre rubio y gigantesco que fue coronado emperador del Santo Imperio Romano Germánico el día de navidad del 800 DC, muriera, ordenó que su tumba fuera sellada tan herméticamente que ninguna mano mortal pudiera abrirla. De modo que enterraron al monarca muerto de acuerdo a sus deseos: vestido de púrpura, sentado en su trono, con la corona sobre su cabeza y el cetro en su mano, y construyeron una muralla   en derredor para que nunca más ojos humanos pudieran verlo. Pero un poco de polvo se alojó en una grieta   de la pared y una semilla fue a dar allí, llevada por el viento; encontró humedad, germinó y comenzó a crecer. Sus raíces se extendieron y se desarrollaron, y eventualmente partió en dos   el lugar de descanso del fallecido rey. Cualquiera podía ver lo que él había buscado esconder para siempre; la corona había caído de su frente, el cetro estaba en el suelo, su manto se había podrido, y su calavera parecía sonreír burlonamente. citado en: Joh